Stevenson, paseando a orillas del lago Knecks, en el norte de Escocia, una tarde inusualmente calurosa para el meandro de Knorfield, vio al otro lado de donde el lago adelgaza, hasta el punto de anillarse por un puente de madera, a alguien que creyó reconocer como su doble. Corriendo, trató de alcanzarlo. Cuando al fin logró situarse frente a él, su doble le miró con cara de incredulidad y reproche. “Nadie mejor que tú sabe las consecuencias de un encuentro de este tipo”, le recriminó: “tienes suerte de que no haya dos lagos en el mundo como este”, y sonriendo, tras darle una palmada en el hombro, se tiró al agua dejando al escritor con la palabra en la boca. Stevenson se quedó solo, gimiendo, consciente en su desolación de que acababan de sentenciarle a ser inmortal para siempre.
De El Mirador de Rilke (Amarante 2015) Este microrrelato trata de las derivadas de encontrarte cara a cara con tu doble. Hay mitologías que dicen que es tu sentencia de muerte. Claro, que para tipos como Cervantes o Stevenson la muerte es su puerta a la inmortalidad. Pero, ¿eso es bastante?