Marcial, el dueño de la empresa, estaba con un cabreo de mil pares de narices, por no decir de cojones. Se sentía como un mono enjaulado soltando una letanía.
Después de todo lo que he hecho por este maldito tipejo… parece que no es suficiente castigo que este puto vago sea el novio de mi hija… Claro, que solo se me ocurre a mí ceder y contratarlo para cubrir una baja por coronavirus… y todo para que hiciera algo útil para sí mismo y para los demás… Que en todo el tiempo que lleva aquí para lo único para lo que ha corrido es para afiliarse y hacerse del comité de empresa de la fábrica… Si es que no soy más espabilado porque no me metí a político… Si se veía venir de lejos…
Tras unos segundos para tomar aire y mirarse fijamente en el espejo, que no le sirvieron sino para constatar que nunca había sido especialmente atractivo y que se estaba quedando filete, continuó elevando decibelios en su monólogo.
…Y va el muy capullo y no se le ocurre otra cosa que entrar en el hangar de la empresa con nocturnidad y alevosía… maldito desagradecido… eso sí, apagando las cámaras para no dejar rastro, porque de tonto no tiene melena el muy sinvergüenza… arramplar con la caja de mascarillas, llevarlas a la central y repartirlas como, como… un Robin Hood de pacotilla…
Encima la cretina de mi hija se pone de su lado, que si no hay un momento que perder, que si situaciones excepcionales requieren medidas excepcionales… cuando el único estado de excepcionalidad que ha conocido ha sido el de la nevera de casa cuando se ha traído a ese zampabollos… Que si ha actuado como un héroe… que si yo no lo entiendo porque no pienso en los demás como él…
Y es que Marcial se había hecho con una remesa de mascarillas, de las buenas claro, no de las más baratillas con las que habían tangado al Gobierno, y tenía la intención de repartirlas entre los empleados.
Lo iba a haber hecho a la mañana siguiente, soltándoles un discursillo para elevar la moral de la tropa, en plan Amancio Ortega de andar por casa. Pero el listillo del salvapatrias con dinero ajeno de mi yerno, se le había adelantado y había donado la remesa al centro en el que trabajaba su novia, apuntándose el tanto como un logro del comité de empresa. Y claro, el campeón se había convertido, para más flagelo de Marcial, en un héroe, una especie de mito desaliñado con chanclas y bermudas…
Pero Marcial, que sabía más por viejo que por empresario, no había dicho su última palabra. Instaló una cámara suplementaria y sacó a relucir en el hangar otra caja que tenía para emergencias, que haría picar a la sanguijuela del novio de su hija.
Tal como esperaba, Pablo, que así se llamaba el yernísimo, una vez acabada la jornada se aseguró de apagar las cámaras habituales de vigilancia y se dirigió al hangar, donde con una inusitada rapidez y agilidad, que nunca le había visto Marcial trabajando, cargó y metió la caja en el coche y se escabulló de la nave.
Pablo se dirigió al centro de trabajo de su novia, llegó, aparcó, y tras convocar a los trabajadores del lugar, comenzó con su melodramática soflama:
Compañeros y compañeras, tras arduas e insoslayables discusiones con las que no os pienso aburrir, hoy de nuevo he logrado arrancar a la patronal un poco más de material para que podáis desempeñar vuestra labor en las mejores condiciones. En estos tiempos, la solidaridad lo es todo… y cuando todo pase, debemos pensar que el mundo debe ser un lugar mejor en el que todos seamos capaces de mirarnos a los ojos. Un mundo en el que el capitalismo salvaje desaparezca y nos queramos y nos respetamos por lo que somos, no por lo que tenemos.
Ante un entregado público, Pablo miró a su arrobada novia para que hiciera los honores. Pandora, que así se llamaba la interfecta, abrió la caja, en la que se encontraba la nueva remesa de mascarillas.
Pablo se retiró discreta y pausadamente, no le gustaban las aglomeraciones y más en estos tiempos, ante los vítores de la concurrencia, cual héroe de western hacia la puesta del sol, mientras los esforzados operarios hacían acopio de las mascarillas.
En el fondo de la caja había una carta “a la atención de Pandora, para la plantilla”, que le acercó un operario mientras le felicitaba por tener un novio tan maravilloso. Pandora la cogió, la abrió y carraspeando llamó la atención de la alborotada concurrencia hacia su persona, para decir así:
Queridos compañeros y querida Pandora, he querido que seas tú la que leas estas líneas porque como sabes mejor que nadie, al final de esta caja de los truenos que nos está tocando vivir siempre queda la esperanza.
Gracias a nuestra lucha hemos logrado el material para que nuestros compañeros trabajadores dispongan de las mejores condiciones de seguridad posibles y deseables. Se acercan tiempos duros y por eso creo que hemos de predicar con el ejemplo para dignificar nuestra lucha. Así que me comprometo desde estas líneas a renunciar a mis prebendas como componente del comité de empresa y ser simbólicamente el primero en acogerme voluntariamente a un ERTE hasta que las aguas vuelvan a su cauce.
Firmado: Pablo de la Fuente Ramos Pedregosa
Ni que decir tiene que la ovación de la planta y los abrazos, a la ya para siempre enamoradísima Pandora, fueron atronadores.
A lo lejos, en la penumbra de la soledad del jefe, un sonriente y taimado Marcial sonreía, agradeciendo en el fondo de su corazón a su yerno que le hubiera convencido para introducir la firma electrónica en el trabajo. Y eso que Marcial nunca había acabado de verlo, seguramente por ese absurdo miedo de que alguien podría meterse en tu ordenador y firmar en tu nombre… y a ver cómo luego demuestras que no has sido tú, que no estabas yendo a tu puesto de trabajo con la que está cayendo. Menudo papelón…Mejor héroe que absentista, pienso yo…