JAQUE MATE
— Aquí las mesetas están en lo alto y los desfiladeros son profundos e inextricables – relató soñador el captor mientras acariciaba la punta de su rifle.
— Buena jugada, pero me como su alfil− replicó más pragmático su rehén.
— Mmm… buen movimiento…− acató deportivamente mientras insistía− aquí no hay montañas, sino cadenas montañosas, y los ríos son rápidos y traicioneros. No busque aquí tren. Las carreteras nadie las usa. Son objetivo de emboscadas. Qué le voy a contar que ya no sepa, ja, ja, ja…
— No sé, no acabo de verlo. Adelanto el peón…
— Casi todos somos nómadas porque no es seguro permanecer mucho tiempo en el mismo sitio. El sedentarismo es signo de debilidad…Y la debilidad, antes o después, aunque sea por mera pereza o comodidad, se convierte en objetivo. Una especie de aperitivo o comida rápida antes de acometer empresas mayores.
— Vaya, me tapa las salidas con su caballo…
— Ya, salidas… En cuanto a ser agricultor es una heroicidad, una temeridad o una insensatez, según lo mire. El riesgo solo tiene sentido si merece la pena y es rentable, por eso la mayoría de los huertos son de heroína o de opio.
— La madre del cordero, diosss, no me deja resquicio…
— Aquí solo reinó un dios, Alejandro, y apenas aguantó tres años, ja, ja, ja…
— A este paso pierdo…
— Deberían estar acostumbrados. Si se pregunta por sus compatriotas ingleses… fueron derrotados hasta tres veces. La masacre de 1842 aún la recogen sus enciclopedias como la peor derrota sufrida por el ejército de Gran Bretaña en toda su Historia.
— Claro que, con todo y con esto, deja descubierto el flanco derecho.
— ¿Usted cree? Recuerde el óleo de Lady Butler de “El doctor Byrdon llegando a Jalalabad” con su caballo exhausto y su espada rota… y aún debería de dar gracias por ser el único superviviente de entre 17.000 desgraciados.
— No me queda otra alternativa que…
— Aquí todos somos guerreros, la guerra es un alivio para la monotonía, y como mucho más agricultores o ganaderos. Despreciamos el comercio. Tratar de ganar dinero mercadeando nos parece mezquino e indigno. ¿Me ofreces la Reina por nada a cambio?− replicó sorprendido el afgano ante e incomprensible movimiento del inglés.
— Me acerca mi comida, por favor, a su espalda.− replicó imperturbable el inglés a pesar de su grueso error.
— Claro, ¿cómo voy a negar a un moribundo su última comida? Se carcajeó el captor sin dejar de mirar el tablero, palpando las bolsas que tenía a su espalda. Me como su reina y…
— Esa no, la de al lado…- insistió el paciente inglés
— En dos jugadas jaque mate− se relamió, atrapando sin mirar y alargándole la bolsa al prisionero inglés, sin dejar de reírse.
— En una…− contestó mientras sacaba de la bolsa el pan y la sal dándolos un bocado rápido…
— En dos− corrigió el afgano mientras levantaba la vista para mirar al inglés- pero… maldita sea mi sombra, que haces tomando mi comida. Esa bolsa no era la tu… condenado perro bastardo…
— Eh, cuidado, qué manera es esa de llamar a tu huésped− sonrió flemáticamente el inglés.
— Maldito liante− gruñó sin poder evitar una sonrisa de admiración el afgano…
— Le recuerdo que…
— Lo sé, lo sé – renegó espantando el aire con la mano- no me vas a dar tú lecciones a mí. Aquí el señor de la guerra soy yo. Soy musulmán y soy sunita. Tenemos pocas reglas pero son claras, no como vosotros, malditos farfulleros.
— Preferimos decir que somos pragmáticos
— Ya, ya… acabemos con esto rápido… en fin, mister Jackson, que sepa usted− dijo en tono salmódico mientras liberaba al inglés los pies y las manos de las esposas de cáñamo− que desde este preciso instante, debido a los deberes de hospitalidad que a los que me debo y me son sagrados, ya que he compartido con usted mi pan y mi sal, está usted a mi abrigo y le debo mi protección ante cualquier peligro como anfitrión suyo que soy, respondiendo, si llegara el caso, con mi propia vida.
— Gracias, es un honor− contestó sarcástico el británico mientras se daba friegas para desentumecer sus miembros.
— Muy bien jugado− concedió el talibán− pero ahora, hermano, coja un cuchillo y un rifle y veamos cómo libramos la partida que nos toca jugar ahí afuera.
— Feliz algo nuevo- murmuró el inglés mientras se equipaba.
— Igualmente. Bonita forma de empezar el año, sí señor- remató el afgano mientras oteaba el campamento plagado de señores de la guerra.
Inédito en libro (2019) Compartir el pan y la sal, en muchas culturas, es símbolo de hermanamiento. A veces el pan es el bienestar, el sustento, la suerte y la sal la protección frente al enemigo, ya sea físico o espiritual. Compartir con tu huésped el pan y la sal es una invitación a la amistad y a la confianza; y su rechazo es una ofensa. En algunas zonas de Rusia se insta a dar a tu enemigo pan con sal, para que en vez de enemistad haya paz y amistad. El dicho castellano dice: el agua, el pan y la sal a nadie se le niegan. En Roma, hasta el más insignificante esclavo tenía derecho al pan y la sal. En su libro Pasión por Kabul el padre francés Serge de Beaurecueil cuenta su experiencia con un afgano: «Me dijo medio murmurando: —Vine para proponerle algo: ¿estaría acuerdo en que comamos juntos, una vez en su casa y otra en la mía? Quisiera que compartiéramos el pan y la sal, tras lo cual quedaríamos unidos para siempre—".