– ¿Por qué te enfrentas a él?- preguntó un elefante atemorizado.
-Porque… así debe ser.
-No tienes ninguna oportunidad de sobrevivir- dejó caer un elefante pragmático para intentar disuadirle.
– Lo sé…
– ¿Entonces?- apuntilló un elefante cauto.
-… Solo hago lo que debo.
-Te tiemblan las piernas- le susurró un elefante tierno en su sarcasmo
– Si… pero eso es bueno- acertó a decir el viejo, blanco e inmenso elefante Caleb, sonriendo mientras se alejaba despaciosamente de sus emocionados compañeros.
El elefante se acercó al dragón.
El dragón lo miró extrañado. Era sabido que le odiaba a muerte. Pero le extrañaba que se enfrentara a él abiertamente.
Caleb estaba mayor y pesado. La única oportunidad que tenía de matar al dragón era hacer que la bestia bebiera su sangre y eso, ambos eran conscientes de ello, solo podía lograrlo mediante algún engaño o artificio, pero nunca enfrentándose a él cara contra cara.
Además, el dragón contaba con que la estúpida nobleza del viejo elefante hacía improbable que utilizara trucos o artimañas para engañarle. Con la edad se había vuelto torpe y el combate sería desigual.
– ¿Qué quieres? – preguntó irónico el dragón.
– Luchar – contestó calmosamente Caleb.
– No tienes opciones de sobrevivir- precisó el dragón, como si estuviera hablando con un niño que no ha hecho los deberes.
– Lo sé- dijo Caleb casi tímidamente.
– Y aun así…
– … Quiero luchar.
– Y…
– Tú también- casi sonrió el paquidermo.
– ¿Qué te hace pensar eso?- preguntó el dragón sabiendo la respuesta.
– Es tu naturaleza- zanjó Caleb.
– Pues que así sea.
Tras un minuto de cortesía para estudiarse y pisar el terreno sin apartarse la vista, el dragón le asestó, por mero divertimento, varias dentelladas en un abrir y cerrar de ojos al elefante, que apenas se inmutó a pesar de sentir un profundo dolor. Disponiéndose a rodearle para asfixiar a Caleb.
– No me engañes- le dijo el dragón con suficiencia. Puede que no trates de mostrarlo pero noto el miedo en tus ojos.
– Cierto- contestó Caleb- nunca he tenido más miedo que ahora, pero no por eso vas a lograr hacerme hincar la rodilla.
El dragón, recreándose en su soberbia, se agarró a las patas traseras del maltrecho elefante con toda la furia de que fue capaz, que fue demasiada para el elefante quien, ya sin miedo ni esperanza, volcó sin oponer fuerza ni resistencia a plomo sobre el dragón, que quedó atrapado hasta el cuello bajo el peso, ya casi muerto, del elefante.
El dragón, con la cola atrapada, movió frenéticamente la cabeza para tratar de liberarse mientras Caleb exhalaba sus últimos suspiros. Un hilo de sangre denso y casi congelado cayó sobre los labios del exhausto dragón que no pudo hacer ni amago por esquivarla.
Unas pocas gotas bastaron para matarle porque, como es sabido, cuanto más fría es la sangre de un elefante más letal es para un dragón.
Y así fue como Caleb mató con su sangre, que estaba congelada por el miedo, al dragón. Lo que no ha sido impedimento para que siglos después, si preguntas a cualquier elefante, Caleb siga siendo recordado como el elefante más valiente del mundo, y por los dragones como el rival más digno al que se han enfrentado nunca.
Inédito en libro (2019) En contra de lo que pensamos, los dragones sí tienen cresta, pero su boca pequeña y tubos estrechos no son especialmente letales. El verdadero poder del dragón no radica en sus dientes, sino en su cola. No es su veneno ni su fuego lo fatal, sino que mata por estrangulamiento o con el látigo de su terrible y cortante cola . Su principal enemigo, el elefante, da a luz en el agua para proteger a sus bebés de las garras del dragón, porque el dragón tiene pánico al agua.