Tú eres egipcia y eres mujer. Somos ptolomeos. Ya no estamos en el Imperio Antiguo ni en el Medio. No lo olvides: lo tienes todo para triunfar.
No eres como las pobres griegas, que son un “bien preciado” para sus hombres, que utilizan esa expresión vomitiva de “menor de edad eterno”. Recuerda que tienes el poder de concebir, y claro que en esa cuestión puede que algún día decidas complementarte con algún varón. Pero no tienes obligación de ser madre ni serás impuesta a ningún hombre.
No eres una “cosa hermosa” ni “el más bello de los objetos”, como cantan esos degenerados poetas romanos. Pobres romanas que no pueden elegir a quien amar y además están constreñidas por esa trampa que llaman matrimonio.
Grábate la cara que ponía esa altanera princesa griega cuando la dijimos que nosotras somos las dueñas de la casa, que nosotras somos la cabeza de familia. Esas necias nos trataban de vender esa invención del pater familias… como si un hombre pudiera engendrar familia más allá de adoptarla.
No olvides que esas “culturas avanzadas” de Grecia y Roma se jactan de que dentro de 2000 años seguirán siendo ejemplo para civilizaciones venideras… ¿te imaginas que aquí en Egipto, dentro de veinte siglos no heredaras mi apellido, ni mis cosas, no pudieras tener tu propio negocio, ser médica, escriba o incluso chaty, o ni siquiera divorciarte?
Esas pobres ingénuas que ¡hasta pierden el apellido al casarse!, ¡Imagínate semejante humillación!; asumir voluntariamente el derecho al olvido para no ser más que Livia o Andrómeda, esposa de… mamíferos de lujo en el mejor de los casos.
Nos hablan de castidad, pureza y de ser pías, mientras nos miran con lástima, como si fuéramos bárbaras, mientras ellas venden su dignidad por un puñado de afeites.
Con qué condescendencia te miraban cuando les dijiste que de mayor querías ser escritora de textos jurídicos: “pero si eres una jovencita y además eres bella y adorable”, mientras a mí me miraban con espanto como si fuera la culpable de semejantes calamidades.
Hija mía, con qué cara mirarán a sus hijas, esas que ya nunca llevarán su apellido. Desde luego, no con los mismos ojos conque te miro yo. No dejes nunca caer en saco roto lo que te dice tu madre: la altanería es el orgullo de los miserables.
Al principio pensábamos que eran fábulas eso de que los hijos no llevaran el nombre de las madres, o que las hijas no heredaran los bienes de sus madres. Una ignota maldición, una especie de castigo atroz por una culpa ancestral. Terrible.
Por eso debemos tener cuidado con esos bárbaros romanos que quieren dominar el mundo.
No te dejes engañar por sus carreteras, sus ejércitos, sus maléficos códigos legislativos que dan carta de naturaleza a estos desmanes, ni por sus jactanciosos y perversos filósofos, ni atiendas a esos reptilianos aduladores de los poetas, áspides cargados del veneno de las bellas y hueras palabras, que nos cosifican animando a los hombres para llevarnos a sus camas cuando somos apetecibles y a quedarse con nuestro dinero cuando somos ricas.
Nunca olvides cómo reaccionamos cuando hacen daño a una de las nuestras. Recuerda cómo se levantó nuestro pueblo cuando tu abuelo osó matar a tu abuela, nuestra adorada Berenice.
Y sobre todo no te rebajes a hacer uso de eso que repugnantemente llaman “tus armas de mujer” si no es contra ellos y para salvar nuestras conquistas, nuestro Imperio, mi querida y libre hija, mi amada Cleopatra.
Y ahora vamonos, que ya hemos hecho esperar bastante a ese soberbio de Julio César, al que cualquier día matarán por pretender ser Rey sin serlo.
Inédito en libro (2019) Hay quien sostiene que la madre de Cleopatra fue Cleopatra Trifena; y que su madre fue corregente de Egipto junto a Ptolomeo. Esta hipótesis desmentiría que fuera su hermana y que la famosa Cleopatra hubiera sido huérfana de madre como sostienen otros historiadores. En todo caso ambas vivieron en un periodo turbulento, en el que el imperio romano se estaba apoderando del Mediterráneo. Aconsejada por su madre Cleopatra luchó con uñas y dientes por hacer perdurar un status y una forma de vida, pero la lucha era muy desigual, siendo epígono de una era.