Entró airadísima. Todos lo hacen. No es para menos. Le invité a sentarse. Sentados son menos peligrosos.
Le cogí las manos. Largas, huesudas, casi de pianista. Dije alto, paternalmente, su nombre.
Eso les desarma. Respiraba aún nerviosa pero ya contenida. Le dije que no se amilanase que el mundo
es una tarta trufada de oportunidades, que me mirara a mí…
Le agarré francamente los hombros, esculturales; le tanteé el pelo, pura seda; y el rostro, anguloso,
casi acariciándoselo…
Llegados a este punto siempre se derrumban. Lloró desconsolada y masculló disculpándose:
” Es que ya tengo casi veinticinco años, quién me va a contratar a mi edad…”.
Le extendí un pañuelo, firmé su finiquito y se marchó ligera y temerosa como un ratoncillo.
La verdad es que es de alabar la astucia de la agencia de modelos de fichar a un ciego como jefe de Recursos Humanos. Pero, si les soy sincero, aunque el consejo de dirección está encantado conmigo, no creo que soporte este empleo por mucho tiempo.
De El Mirador de Rilke. Amarante (2015). Este relato fue primer premio del certamen de microrrelatos Manchonería (Sevilla- España). Todos aborrecemos a los jefes de Recursos Humanos. Pero alguien tiene que serlo. Y no nos engañemos, un que tipo logre hacerte sentirte culpable cuando te despide es poseedor de un arte muy valorado por cualquier empresa, por lo que las probabilidades de estar en el paro de alguien dueño de tamaña habilidad son menos que cero. En el libro El mirador de Rilke, este relato estaba dedicado a David Jiménez y su familia, siempre luchando, siempre riendo. Y en aquella dedicatoria hoy me ratifico.